La enajenación del tiempo inexistente

Llega un momento de la vida en que uno reflexiona sobre la finitud de la existencia. Si bien, con fe uno puede afirmar una especie de extensión de la misma, racionalmente, por el momento (el biocentrismo postulado por Lanza es un ejemplo del esfuerzo racional que desea señalar tal continuidad), no podemos hacerlo. La muerte es lo único seguro de nuestro futuro.

Comúnmente, un error que llegamos a cometer en la vida cotidiana es la evasión del presente debido a una enajenación o con el futuro o con el pasado, una terrible y atroz falta que pagamos con lo más preciado que tenemos: la existencia. ¿Cuántas veces pasamos pensando que en el mañana las cosas serán mejor, que nos espera algo grande, que tendremos lo que deseamos, pero sin cuidar el hoy? ¿Nos damos cuenta que al vivir así estamos dejando pasar la única oportunidad real que tenemos que es el presente? O bien, ¿de qué sirve pasar la vida pensando en el hubiera si éste es tan inexistente como el futuro? ¿Nos damos cuenta de la esclavitud frustrante que impide nuestra plenitud en el presente?

¡Estúpida e infernal es la existencia enajenada con el tiempo inexistente! El presente es lo único que merece con detalle nuestra dedicación si queremos afrontar con entereza el futuro donde la muerte con seguridad se hará presente, y mejorar el pasado, ese presente no explotado al máximo de su capacidad.